Arroz a la tumbada
Una concida historia de las costas sureñas del estado de Veracruz cuenta el origen de un emblemático platillo. Cuando las jornadas pesqueras en el sistema lagunar de Alvarado se extendieron hasta llegar a varios días, a principios del siglo pasado, el capitán de una embarcación encargó a un joven «dicharachero» e inexperto en la cocina que preparara la comida para los tripulantes. Con ánimo vivo pero improvisado, el joven echó el arroz sin «remojar» a una olla con manteca y éste comenzó a freirse; por lo que el cocinero agregó de inmediato varias especies de mariscos y vertió agua hasta el tope del recipiente. Fue moviendo el guiso con un palo que arrancó de un manglar hasta que se quedó sin agua. Tiempo después, entre las burlas y el hambre, la tripulación presionó al joven marinero para darles del extraño plato, el cual sirvió con temor: un arroz que hizo «a la tumbada», les dijo; es decir, como «a ver qué sale» o «ahí se va». Incrédulos, los pescadores alabaron el fascinante sabor de aquel platillo, mismo que ha sido a través de los años emblema de esta zona de México entre locales y foráneos y parte fundamental del repertorio de la gastronomía mexicana.
En Quintonil queremos celebar esta accidentada y afortunada creación del Arroz a la tumbada, y ofrecerte nuestra propia interpretación.
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